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De regreso al Pongo... día cuatro.
No, no es la Luna.
Es una luciérnaga ...
Después de maravillosos momentos, toca regresar y hay que hacerlo muy temprano, con lo cual nuestros estómagos no quedan agradecidos.
Un bote que venía de "Atalaya", otro poblado río abajo a más o menos 1 hora, nos recogió del improvisado paradero.
Unos bizcochos comprados casi al vuelo fueron nuestro único alimento en 4 horas de viaje que duró el retorno.
La cielo encapotado y hacía frío.
El corte de la cordillera, "El Pongo", lucía así.
Poco a poco el cielo se fue despejando. El río en cada crecida señala nuevo camino y deja "Islas" en medio del nuevo cause.
Me llama la atención las casa en medio de la vegetación y los botes amarrados en la orilla, no hay peligro a la vista, en donde vivo no puedes dejar ni un auto aparcado en la acera sin correr el riego de perder algo, ¡Ciudad!.
Me maravilla la tranquilidad del ambiente, la calidez de las personas, la falta de malicia ...
Subieron dos jóvenes pescadores con su valiosa carga, acamparon en una playa muy cerca al Pongo y pescaron en la madrugada.
Mi corazón vuelve a saltar de la alegría pues estamos nuevamente por atravesar el Pongo, esta vez de subida en contra de la corriente.
El conductor del bote nos pide calma, nos movemos mucho, no sabemos a donde mirar, ¡Es un lugar hermoso y mágico!, y de no ser por lo peligroso, nos gustaría quedarnos una eternidad.
Las fotos no muestran la verdadera belleza del lugar, hay que verlo con los mismos ojos.
Sentir la emoción del bote balanceándose, del agua salpicándonos por ir en contra de la corriente...
... respirar ese aire cargado de misterio, mirar los velos de agua que se lanzan desde lo alto ...
... reir de puro nervios, escuchar el sonido del agua al chocar contra la corriente y volver a reir ...
... elevar la cámara, tomar una y otra foto, ahora a izquierda, ahora a derecha, arriba, más arriba, bajar la cámara ¡es mejor mirar!...
... respirar ...
... ¡soñar! ...
... no fue fácil llegar ...
Otra vez 15 minutos y algo más y estamos del otro lado.
El río se ensancha, no tanto como río abajo y estamos con la miel en la boca, en los ojos ... en el alma.
Nos miramos y reímos, ¡hace frío!, dice mi esposo ¡siii!, corrobora mi cuñado, por 15 minutos y algo más este sentido quedó inutilizado y ahora reclama su posición.
Nos cruzamos con un grupo de turistas que muy alegres agitan las manos y nos toman fotos, lo mismo que nosotros a ellos.
Bien, ya llegamos a puerto y es medio día. Si pensamos que allí podíamos comer algo "decente" nos equivocamos, hay un bus estacionado esperando a los pasajeros del bote, osea nosotros, si lo dejamos pasar no tomaremos otro si no hasta la noche y aun falta mucho por ver en este viaje.
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